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Después de unos días en el hormiguero de playas del norte y en Panjim, que aunque sin nada especialmente remarcable, debía ser la única capital de estado sosegada y agradable, decidió ir donde su voz interna le había indicado al principio: Palolem.

Tapas Palolem

Porque siempre hay un bar de tapas en cualquier lado…


Así que equipó su mochila y salió dispuesto a que le llevara un taxi a la estación local…para subir a un autobús cualquiera que le llevaría en unas incómodas horas a otra ciudad intermedia, en la cual, tras esperar en una ruidosa parada, tendría que hacer transbordo y coger otro autobús más a una ciudad vecina a Palolem, para acabar subiéndose al inevitable rickshaw que le llevaría, previo timo, al hotel, costándole con toda seguridad más caro que el resto… UF.
Solamente de pensar la ruta se estremecía…otra vez. Pero no quedaba más! Cogió aire y respiró profundamente…otra vez….y puso un pié delante del otro una vez más. De hecho, por mucho ajetreo que representara, esta parte de viajar le encantaba. El ponerse a caminar de nuevo. Era escribir un mapa cada día. Empezar para avanzar un paso detrás de otro, para descubrir como día a día se iba escribiendo una nueva página de la historia de un viaje que seguro que no le dejaría indiferente.
Sin más demora, abrió la puerta con la cabeza enfocada en el primer paso: El taxista.
Y sí…allí estaba…Le esperaba. Sin haberlo avisado. Arrogantemente apoyado en su coche, observándole atentamente detrás de esas oscuras gafas de Charles Bronson…que seguro escondían una mirada feroz clavada en él. Hostil. Alfonso se transportó de repente al lejano oeste….Ennio Morricone de fondo….los dos cara a cara. El taxista y él…nada más en la cabeza. Ninguna distracción. Apenas unos metros separando ambos contendientes de la inevitable batalla. Y un enorme y denso silencio, tan espeso que podía cortarse, reinaba entre ambos. Pero no sería eterno…El desenlace esperaba expectante. Mientras, medían palmo a palmo hasta el último detalle de sus movimientos… Mandíbulas tensas. Pensamientos y sentidos afilados…alerta. Preparados ambos para lo inevitable. Estudiándose… Vigilándose cuidadosamente para evitar una sorpresa que podía ser letal…que les condujera a la tragedia póstuma…Cualquier distracción podía ser la última… En la incansable imaginación de Alfonso sopló una ráfaga de viento y polvo…Entrecerró los ojos…sin perder al taxista de vista…y una bola que Alfonso nunca había sabido de qué era (proablemente maleza), pero que aparecía en muchos duelos clásicos, cruzó entre ambos…Un sonido metálico de alguien lanzando una moneda al aire…»cling»…empezaban las apuestas. Quién daría el primer paso? Quién de ambos conseguiría su objetivo? Sólo puede quedar uno…»
Palolem Barca

-interminable paseo de la playa principal


Entonces despertó del sueño y se dijo…»Alfonso, sabes que has perdido antes de empezar. Aquí se la saben siempre más larga… A ver qué tarda en timarme…».
Pero a veces la vida se empecina en darnos agradables sorpresas porque sí. Sólo comenzar a hablar, el taxista le transmitió buenas sensaciones. Rondaba los 30 y era de actitud pausada y vestimenta de corte moderno para los estándares indios. Detrás de esas oscuras gafas, contrariamente a lo que la imaginación de Alfonso le había pintado, se escondía una agradable mirada…curiosa, amigable y franca. Era de carácter alegre e indiscreto como muchos de ellos, pero no intrusivo. Y con ganas de intercambiar conocimientos…o simples banalidades de cada uno…pero que para el otro eran quizás pura dinamita. Gran amante de la música, también. Y aunque seguramente no compartían ninguno de sus grupos preferidos, el gusto por la música era algo que a Alfonso le daba tranquilidad….Pues nos dice mucho sobre las personas. Y el mero hecho de escucharla y apreciarla, muestra una faceta importante de cada uno.
Después de hablar unos minutos, el taxista se ofreció a llevarle directamente a Palolem por unas 1.700 rupias. Lo que suponen unos 23€ para unos 100km en taxi… Alfonso se sonrió…pensando que sólo hasta la estación de autobuses eran 300 rupias y que el inefable
conductor de Rickshaw que le esperaría en Palolem, ya le cobraría unas 500 más para llevarlo unos pocos km… No había discusión. Había perdido el duelo sin ni siquiera empezarlo. Es como si se hubiera dejado la pistola en casa…que sabiendo del carácter despistado de Alfonso, no dejaba de tener su gracia, pues sería perfectamente posible.
Y así sin más, se dejó «timar» al segundo: «A Palolem pues! Y pónme música de la que escuchabas cuando llegué. La tuya, que aunque no la entienda, suena bien y anima. O lo que quieras…Pero por Dios, sea éste cristiano, judío, musulmán o hindú…quita a Enrique Iglesias que me lo sé de memoria y ni tú ni yo tenemos ganas de escuchar.»IMG_20141108_140725
Pasadas unas 2 horas que parecieron menos, de música y animada conversación, mezclada con agradables silencios, llegaron a Palolem. Y cuando vio lo que tenía que ofrecer el lugar, quedó impresionado…Todo lo que se espera de una playa paradisiaca estaba allí. Parecía un cuadro…pintado previamente en la cabeza de Alfonso de lo que quería ver. Palmeras…arena blanca…y una bahía alargada por la que dar agradables paseos. Finalizando el recorrido en un estrecho canal marino de escasa profundidad que llevaba a un par de pequeños, pero intensamente verdes islotes. Mientras, una espesa selva esperaba detrás, donde se ubicaba su alojamiento…El Bhakti Kutir. Un centro modesto, sin estridencias, pero con cierta elegancia…Y acogedor. Con posibilidades además de hacer Yoga y meditación.
Se despidió del taxi y se sonrió…de nuevo otra vez. Ese sitio iba a ser su hogar los siguientes días.
 
Cuando finalmente entró en su cabaña, se estiró en su enorme cama doble y se relajó al ritmo de Devendra Banhart.

 
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