El Pirata no había sido siempre pirata. Ese nuevo lobo de mar había sido un cándido comerciante en las tierras de Fuirán.
Había vivido alegremente, haciendo infinidad de amistades, conociendo muchos amores…y disfrutando de todos los placeres que te puede dar la vida.
Había recorrido los bares de ciudades enteras durante años, barra a barra, copa a copa…disfrutando cada trago y compartiendo su alegría… y a pesar de la gran llamada al mar, le había costado dejar su anterior vida. Un poco golfa…un poco seria, un poco divertida..
Había vivido bien, dentro del común. Pero siempre recordaría ese día. El día que le cambiaría la vida. Cuando le apareció una gitana que le revivió esa antigua llamada al mar. Le azuzó esa llama que tenía adormecida.

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Apareció de improviso. Era ya de noche…una noche cualquiera, no muy distinta de otras muchas…hasta entonces. El Pirata estaba abrazado a una cerveza en un bar sin nombre, rodeado de la dulce rutina que le permitía anestesiar su voz interna.
Entonces vio unos oscuros ojos que se le clavaron en el alma y se apropiaron de su corazón. Que latía de repente frenético, desbocado. Esos ojos, parecían verle por dentro. Recordaba el sentimiento de desnudez al verse observado por esas penetrantes perlas negras. El magnetismo que proyectaban era tal que El Pirata olvidó lo que le rodeaba. Los ruidos, las imágenes, sus amigos…de repente, no existían. Tan solo ella, con su exótico hábito de gitana.
Un halo de misterio la rodeaba, aunque nadie pareció observarla, más que él. Era un personaje conectado a otro mundo, a otra dimensión. Distinta…más profunda. Más auténtica. Pero por alguna razón, extrañamente invisible a los demás.

La gitana se acercó y le cogió la mano. Para leerla sin leer. Pues el mirar la mano era simplemente el teatro para explicarle algo que sabía sin ni siquiera conocerle. O eso creía él…
Más adelante, sabría El Pirata que se trataba de Yumalai, la reina gitana, a la que acompañaban leyendas increíbles. Se decía, en sus versiones más tenebrosas, que era capaz de comerse personas para absorber su espíritu. O que sacrificaba niños para recibir su joven energía. Se decía que era cruel, salvaje… y que su espíritu bordeaba la locura más oscura….aunque también se decía que era muy sabia…y que a pesar de su atemporal y exótica belleza, poseía el secreto de la eterna juventud, pues decíase de ella que tenía más de 200 años.

Cuando habló, El Pirata se vio absorbido por una energía extraña…parecía controlar su cabeza, metiéndose dentro…para borrarle todo lo que no fuera ella. Sólo veía sus ojos…su boca. Y las palabras que salieron de ella tomaron forma, como algo vivo. Un mensaje que absorbió para quedarse dentro de él. Para no dejarlo nunca más.
“No te vendas, Pirata. Y sal al mar. No pierdas más tu tiempo y cumple tu propósito.”
El Pirata, simulando no entender a qué se refería Yumalai, le preguntó” Qué propósito tan importante haría que alguien como yo, gitana, abandone este mundo de placeres en el que tan cómodo me encuentro?”
“Acaso importa, Pirata?Sabes que no puedes hacer nada y si no quieres morir con amargura, tu destino está fuera. Rompe la cáscara. Libera tu destino.”

De repente, alguien empujó al Pirata y cuando se volvió para preguntarle a la gitana, ésta había desaparecido.
Intentó inútilmente buscarla…más sabía de antemano que ya no estaba. Su presencia, arrebatadoramente intensa, se había dejado de sentir.
No fueron tanto las palabras. Si no la certeza de que el mensaje era puro. Esa mujer, Yumalai, la Zíngara, la Reina gitana, había dejado en él una semilla que más adelante crecería…hasta llevarle hasta el ahora, a navegar los mares.
El Pirata siempre había tenido la sensación de que tenía algo por hacer. Algo pendiente. De que esa no era su vida….que no era real. De que se estaba preparando para algo. Eso, inconscientemente le impedía dormir tranquilo….y tomar cualquier tipo de compromiso.
Pensaba que lo había dejado atrás. Pero aquél día, El Pirata se dio cuenta de que nunca lo haría.
Que aquella antigua llamada volvía…con más fuerza que nunca. Para no volverse a ir.

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