Vuelvo a estar solo. El mono en la luna en su flamante bicicleta. Enfrente, este enorme continente. Rico en espíritu y experiencias. Antiguo y Salvaje. Él y yo. Y nada más.
Emprendo la marcha.
Me dirijo a Kasese, donde pocos días atrás hubo un conflicto que acabó mal. Uganda es en general un país pacífico, sin muchos problemas y muchas sonrisas, pero no siempre ha sido así. Hace tan solo 30-35 años, fue el país más sangriento de África.

El conflicto Ugandés

Una guerra civil completamente destructiva les llevó 5 años de oscuridad. Absoluta. Como sucede en África cuando explota una guerra interna. No hay guerra fría. Tan solo sangre y venganza.
Pero acabó hace tiempo y el país ha conocido, desde entonces, el progreso. Y no son muchos en África que pueden decirlo.
Así, al presidente, con más de 30 años al mando, la gente le está en general agradecida. Aunque varía mucho según la zona.
Sigue siendo un dictador, como muchos otros aquí. A pesar de celebrar elecciones. Pues son en general, amañadas.
siguien, sigotejo la paz y la estabilidad en un país en sangre. Y a diferencia de Kabila en Congo, se ocupa de hacer cosas por el progreso del país. Así, gracias a la estabilidad, se puede ver un país con bastante más desarrollo que su vecino.
A pesar de ello, hay también zonas que no le aman demasiado. Como en el norte, donde hay focos de tensión.
La organización del país es cuanto menos complicada. No tienen castillos ni fortalezas… pero hay en cambio reinos. La organización imperante anteriormente en Uganda, cuando todavía no era Uganda.
Estos reyes tienen todavía mucha fuerza e influencia en sus zonas. Y en algunas, la gente no reconoce al presidente, sino al rey.
En algunos casos, ahora mismo muy raros, se rebelan. Y el presidente responde con la fuerza de un mazo.
Como en el caso de Kasese.

Matanza en Kasese

Es Kasese zona de montañas. Donde se esconden muchos soldados del reino imperante. Soldados que se dice, son bravos y duros. Y sin haber demostrado la resistencia del norte, se les sabe testarudos y reacios a que les controlen desde Kampala.
En uno de sus actos de fuerza, el rey intentó robar armamento. Son señores de la guerra. Que hacen de las montañas su guarida. Son la resistencia. El más gran escollo del rey para el control absoluto. No porque los maltrate, sino porque quieren seguir con su independencia. Y moran en tierra difícil. Son montañas que facilitan esconderse si hace falta y donde disponen de ventaja estratégica en guerras de guerrillas.
Son temibles. Duros. Y dicen que son los mejores luchadores de Uganda. La gente habla de ellos con cierta admiración. Les saben fuertes.
A pesar de ello, no se entra en exceso en disputa con la capital, como sí pasa en el norte. Pues tampoco se les molesta demasiado en su escondrijo de las montañas. Pero hay incidentes ocasionales.
Y en este caso importante. Pues se salda con alrededor de 100 muertos y 180 arrestos en su intento de armarse.
Me comentan antes de llegar, que la calma es ahora mismo total.
Y cuando llego lo entiendo. El ejército no se ve por las calles. El presidente es inteligente. No quiere incomodar a la gente. Pero sí está presente. En gran número. Armados hasta los dientes y durmiendo acampados cerca del centro.
Cuando les veo les estudio. Parecen tranquilos. Aunque me digo que, si yo fuera la resistencia, probablemente serían un blanco fácil. Están todos concentrados en una zona pequeña.
Pero esta no es la fuerza del ejército rebelde. Prefieren las montañas.

Queens Elisabeth PArk

Al día siguiente decido que no quiero ser pasto de leones y otras fieras que moran en el parque de Queen’s Elisabeth. Así que cojo el autobús y salgo hacia Kabale, la entrada a la Uganda más verde.
Cuando aparece el conductor, borracho como una cuba, dudo. Le pregunto si piensa conducir. Pero entonces se ríe. Y aparece quien va a ser ahora el conductor. Más tranquilo, cargo la bici, tomo siento y emprendemos la marcha.
La visión del parque es preciosa. Me arrepiento a medida que avanzamos de no haberlo intentado en bicicleta. Aunque me digo también que está bien ser valiente, pero la inconsciencia en África se paga cara.
Me relajo y disfruto del paisaje de sabana que substituye el montañoso Kasese.

Llegando a Kabale

Varias horas después, llego a Kabale y la visión del lugar me crea rechazo. Ruidoso. Sucio. Rancio.
Pero sé que tengo las montañas verdes y la selva Impenetrable a tiro de piedra.
La zona de Uganda que más deseaba ver me susurra al oído. Me suelta su aliento húmedo y vivo en la frente. Lo huelo. A pesar de Kabale, lo siento cerca.
A la mañana siguiente, sigo la marcha y me dirijo al Lago Bunyonyi. Una preciosa zona montañosa y verde.
Me aconsejan en Kabale que vaya por el lado asfaltado. Pero descubro que hay camino de tierra que recorre el lago. Me río.
-Por favor!!! – me digo!!!
-Por asfalto, ¿teniendo la naturaleza a mano?! ¡A por el polvo!!!!!
De repente me creo Dios. Vuelve la versión Quijotesca de mí mismo, magnificado.
Con los kilómetros acumulados en las piernas, África me parece menos salvaje. Más accesible.
Subidas a mí…
En el hotel, me miran como a un bicho raro.
– ¿En bici? – Me preguntan
Les digo que claro. Me hago el fuerte. Cuando en realidad no tengo ni idea de dónde me meto. Pero creo que no se nota.
Intentan que cambie de opinión. Pero entonces comprenden. Es blanco, parecen decirse. Eso lo explica todo. La locura de occidente. Así que sonríen y me despiden.
Cómo me gusta el africano en general.
Muchas veces no me entienden. Ignoran y no comparten las razones que me llevan a cruzar su tierra. A sufrir incomodidades. El hecho de ir en bici les asombra. No porque no las tengan, sino por el hecho de que saben que el blanco puede ir en coche. O en avión. Y relajarse tumbado a la bartola.
Aun así, siempre acaban aceptando que no hace falta que lo entiendan. Nos saben “raros”. Pero les divierte.

El Ascenso del Infierno

Empiezo a pedalear no muy temprano. Y en breve descubro por qué insistían tanto. Cuando empieza a inclinarse el camino, finalmente entiendo. Y dudo.
Ante el esfuerzo, bien pronto tengo que desistir de subir montado en la bici. Cargado de peso por las alforjas y con el polvo del camino seco, la rueda resbala con la pendiente.
¿Debería volver? ¿Llegaré a destino antes del ocaso?
Una de las reglas que tengo en África es no pedalear cuando oscurece. No dar oportunidad a depredadores y bandidos de sorprenderme de noche.
Nunca la rompo.
Nunca.
En África no se juega con el destino. Pero nunca había tenido enfrente una ascensión tan vertical.
Durante mi ascensión, pasa algún local en moto. Y entre el polvo que levantan, les veo observarme con ojos como platos.
Me parece oír sus risas mientras se alejan.
-Loco Muzungu (Blanco en swahili) –  parecen decirse.

El Rugido de la Bestia Blanca

Al cabo de un tiempo indefinido que me parece eterno, me detengo agotado. planteo la retirada. Pero apenas me viene la idea, emerge mi espíritu guerrero. Saco fuerzas de flaqueza y me dispongo a tirar fuerte. Empujo de nuevo.
Pero el camino se vuelve más y más duro. Miro arriba. Visto en perspectiva, apenas empiezo a subir.
Resbalan también las botas en mi titánico esfuerzo. El camino está tremendamente seco. Y trago polvo.
Pero ya no dudo. Ya no más.
Me enfado.
-Debería ser todo verde y húmedo! – me digo entre dientes
O eso esperaba.
Pero me sigo hinchando de dolor. Los músculos de mis piernas y de mi pecho aumentan de tamaño, fatigados.
Mi cara, deformada, refleja el esfuerzo.
Jadeo sin parar y el sudor empapa mi cuerpo envuelto en mi atuendo aventurero. La sal penetra mis ojos. Mis brazos explotan. La fuerza que debo hacer para subir el peso me extenúa a cada paso un poquito más. La etapa es corta en kilómetros. Pero no he tenido hasta ahora inclinaciones como esta.
Miro arriba. Todavía parece lejano.
Muy lejano.
Sumido en una rabia animal, Gruño. Mis ojos, inyectados en sangre hablan por sí mismos. Mi esfuerzo me vuelve salvaje.
No hay diferencia entre las bestias y yo.
Empujo de nuevo.
Un paso adelante.
resbalo medio paso atrás.
Redoblo y empujo con más fuerza.
Mi cuello es una amalgama de venas, arterias y tendones hinchados, entrecruzados.
Finalmente, Grito. Descargo la rabia en forma de rugido. Soy el trueno. Soy el animal.
Es el rugido de la Bestia Blanca.

Por fin, la Cima

Finalmente, lo que parecía imposible, sucede. Paso a paso, llego a la cima.
Miro la hora. El cuentakilómetros. Me maldigo. Apenas he hecho un cuarto de la distancia prevista.
Pero al levantar la vista y avanzar unos metros, se me olvida.
Asomo la cabeza y me doy cuenta que merecía la pena el esfuerzo. Al otro lado, las vistas me dejan sin aliento. El verde manda. El agua. Un paraíso subido a las alturas.
La temperatura es aquí más agradable. Estoy dejando atrás el árido terreno de la sabana y estoy entrando, poco a poco en el verde intenso. Acercándome, paso a paso, a la selva impenetrable.
Me hincho de orgullo. De mí mismo. Por mi testarudez. Por querer ver. Pues como siempre, el esfuerzo merece la pena.

Destino

Cuando finalmente retomo la marcha, respiro aliviado. El relieve y la temperatura se vuelven más humanos y al cabo de varias horas, tomo la última curva.
Hago un último esfuerzo. Y aparece ante mí una zona poco poblada, enormemente acogedora. Me quedo sin aliento por segunda vez. La visión desde arriba era bonita. Pero esto, realmente parece digno de los valles suizos, aunque más frondoso y menos escarpado.
Más adelante, veo un lugar idóneo para quedarme. Parece hecho para mí. En la distancia correcta.
Construido en madera, es una especie de albergue u hotel.
Parece vacío…Sin clientes.
Aunque pronto descubriré que no es así…
(Continuará)